
Resulto divertido acompañar a mi hermano a su primer dia de clases. Este año entró a cuarto de primaria… Es sorprendente como los años pasan volando, aunque más sorprendente es que no haya jalado cursos el año pasado.
Fiel a su costumbre, hizo que lo lleve 20 minutos antes de su hora de entrada. Si hay alguna virtud que lo caracteriza esa es la puntualidad, virtud que lamentablemente no compartimos ni mi hermana ni yo. Así que, estuve 25 minutos expuesta al sol de mediodía, ya que, él estudia en la tarde y el portero demoró 5 minutos en abrir la puerta.
Al llegar al colegio encontramos una cola ligeramente larga. Mi hermano ocupó su lugar en la fila, y casi inmediatamente fue seguido por tres niños que venían acompañados de sus respectivas madres; al parecer los infantes de primaria no veían la hora de volver al colegio, pues, extrañan a los profesores, a sus amigos, a la señora que atiende el kiosco (porque siempre fía), a los trabajos grupales (ya que se reúnen a jugar mientras los padres terminan la tarea), a los señores que en la hora de salida venden pescaditos de colores a diez céntimos… y sobretodo extrañan el recreo.
Era evidente que mi hermano se sentía incomodo con mi presencia, así que opte por dejarlo solo y vigilarlo desde la esquina. Desde la esquina no solo podía vigilar a mi hermano mientras saboreaba de mi rico helado tricolor; sino que también me percate que los niños no eran los únicos que disfrutaban de la apertura del año escolar. El alboroto que arman los padres es sofocante, sobre todo si su pequeño entra a primer grado. Pude darme cuenta que los tres niños, que seguían en la fila a mi hermano, habían termino inicial el año pasado y sus madres –debido a su amistad, creo yo – decidieron matricular a sus hijos en el mismo colegio y de ese modo lograr que la amistad de sus retoños no se pierda… y la de ellas tampoco.
Todos los niños que recién entraban a primaria llegaban escoltados por papá y mamá… y si es posible por algún can. Las madres –siempre muy emocionadas – no dejaban de tomar foto: foto con papá, foto con el hermano, foto en la puerta, foto con el amiguito, foto con la lonchera, foto con la mochila, foto de perfil, foto del otro perfil… Realmente es hermoso saber dos cosas: la primera es que uno no guarda muchos recuerdos de esa época, y la segunda es que esa escena no se repetirá el próximo año.
Otros niños (como mi hermano) gastaban las propinas que le dieron sus abuelitos o tíos mientras sus madres conversaban de un tema tan interesante que ni se habían percatado que sus hijos habían abandonado la fila, obviamente confiaban en que su sexto sentido les avisaría si hay algún peligro.
Los niños más grandes no habían sido acompañados; ellos les contaban a sus amigos lo que hicieron en vacaciones y por supuesto exageraban en algunos detalles para hacer más emocionante el relato.
De pronto pasaba un maestro, el alboroto que armaban los niños al ver a un antiguo profesor era opacado por el alboroto que armaban los padres quienes, muy pateros, saludaban efusiva y confianzudamente. Es difícil que un profesor recuerdo el nombre o apellido de algún ex alumno, y más difícil aún es que recuerde quien es su padre. Así que, los profesores simplemente se dignaban a sonreír o saludar con la mano mientras aceleraban el paso ya que el parecer estaban con retraso.
Finalmente abrieron la puerta y mientras los pequeños de primaria entraban para dar inicio a las clases, los grandotes de secundaria salían emocionados y nada entusiasmados por volver . Entre ese grupo de adolecentes chillonas esta mi hermana quien recién este año entró a secundaria. Cada vez que veo a un grupo de esos añoro más mi época escolar y los recuerdos que pasan por mi mente se hacen tan lejanos que parece que nunca hubieran existido. No cabe duda alguna… todo tiempo pasado fue mejor.
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